En este nuevo blog sobre psicología y más en concreto sobre psicología infantil, hablamos sobre los miedos y retos que pueden sufrir las madres y más cuando son madres primerizas, La terapia infantil puede ayudar tanto a la madre como al hijo a afrontar la situación y avanzar de forma armónica hacia la solidificación de la relación madre/hijx.
La llegada de un hijo conlleva inevitablemente algunos temores. Lo importante es no dejarse agobiar y rodearse de personas de confianza que sean de ayuda durante el embarazo y los primeros meses de maternidad.
[SHORTCODE_ELEMENTOR id=»16248″]Para quienes esperan un bebé, la alegría es obligatoria. A quien le digas «estoy embarazada», desde las primeras personas con las que compartiste la noticia -tu pareja o compañero, tu madre, una hermana- hasta todas las personas que has conocido y conocerás en los nueve meses de espera, la reacción siempre será más o menos la misma: «¿De verdad? Qué bien!»
Es verdad: es hermoso, tanto si el embarazo fue buscado y planificado, como si llegó un poco por sorpresa. Una vez que hemos decidido que sí, que ese niño será bienvenido y formará parte de nuestra vida, pensar en él, imaginarlo, hablar de él y luego sentirlo dentro de nosotros produce emociones dulces y positivas, ternura, esperanza, amor.
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Un hijx es un cambio grande y a largo plazo
Pero esperar un hijo también da lugar a un proceso de cambio profundo. El cuerpo cambia, enviando señales nada agradables -náuseas, vómitos, dolor de espalda, dolor de cabeza-; se vuelve más pesado y te dificulta hacer todo lo que hacías antes -vestirte como antes, moverte como antes-. Cambia la imagen de sí mismo y de su futuro, en la que ese niño tendrá que encontrar un lugar y en la que habrá que construir nuevos equilibrios: en el tiempo, en los compromisos, en las relaciones.
La aparición de emociones «fuera del guión» (ansiedad, inseguridad, irritación) puede ser difícil de compartir, e incluso preocupar a la futura madre: «¿Es normal que me sienta así? ¿No significa eso que no soy, que no seré, una buena madre?».
¿Seré una buena madre?
El miedo a no ser una buena madre puede convertirse en un pensamiento recurrente, indeseado y desagradable, que te asalta y mina la serenidad de esa etapa de tu vida (en nuestro curso online de preparto, te damos todos los consejos que necesitas para gestionarlo).
No es un miedo totalmente negativo: al fin y al cabo, te estás preparando para una tarea desafiante y, en el caso de un primer embarazo, completamente nueva. Inquietarse, ser consciente de las dificultades que conlleva la tarea, es legítimo y realista, ayuda a activar la motivación y a mantener viva la determinación que permitirá atravesar los diferentes momentos de la maternidad.
Ese miedo, sin embargo, se vuelve dañino en el momento en que empieza a dominar, y las tareas que tenemos por delante empiezan a parecer enormes, más allá de nuestras fuerzas.
El aumento de las preocupaciones sobre el embarazo, el parto, la lactancia, el cuidado de los niños -sobre ser madre, en definitiva- está relacionado con una imagen «heroica» de la maternidad, que se ha visto alimentada por un exceso de indicaciones, normas, consejos difundidos por revistas y manuales diversos, y por la proliferación de grupos sociales en los que la experiencia de tener y criar a un hijo se describe como una serie de actuaciones en las que una «buena» madre debe dar lo mejor de sí misma, demostrar que siempre está a la altura, y tal vez incluso batir algunos récords. Una especie de nuevo deporte olímpico, en la práctica.
En realidad, la experiencia de la maternidad es una experiencia de relaciones: la relación especial y única con el bebé que va a nacer; las relaciones con los miembros de la familia, con los que están más cerca de la madre en esa fase de la vida; las relaciones con los profesionales que apoyan a la mujer durante el embarazo: la comadrona, el ginecólogo, el médico de familia.
Para vivir bien el periodo de espera, es importante pensar en esas relaciones como una red protectora, y como una reserva de recursos que hay que aprovechar al máximo: imaginar la maternidad como una aventura solitaria es arriesgado, e injustamente agotador.
Cuando la preocupación es demasiado…
Los temores de las madres primerizas se refieren tanto a aspectos relacionados con su propia salud y bienestar y el de su bebé, como a aspectos relacionados con las tareas que les esperan en los primeros meses de vida de su bebé.
Preocupaciones que, obviamente, se entremezclan: uno de los cambios más profundos producidos por la experiencia de la maternidad es la aparición de lo que se ha denominado «preocupación maternal primaria«, una condición emocional que lleva a la madre a anteponer el bienestar del bebé incluso antes de que éste nazca.
Si esta afección se hace prevalente, puede desarrollarse un miedo a dañar al bebé de cualquier manera durante el embarazo, lo que da lugar a una ansiedad por todo lo que se come y al temor de contraer alguna infección peligrosa. Estas preocupaciones deben ser tratadas a tiempo ya que pueden acabar convirtiéndose en el ejemplo de un conflicto muy común en familias.
Surgen temores sobre el parto, y entonces resulta difícil elegir cómo y dónde dar a luz, o por quién ser asistida. Los temores sobre la propia «resistencia» se acentúan en los meses en que el bienestar del bebé dependerá por completo de la capacidad de la madre para amamantar a cualquier precio, para soportar hasta el extremo la fatiga, la falta de sueño, la tensión provocada por el llanto de un recién nacido…
La pregunta «¿Seré capaz?» puede convertirse en un motivo de ansiedad, inseguridad y malestar. El bienestar y la salud de la mujer, tanto físicos como emocionales, son en cambio un componente fundamental de «ser una buena madre»: una buena madre es ante todo una persona que sabe cuidarse a sí misma, para poder atender a su hijo con toda la energía y el equilibrio que esta tarea requiere.
La maternidad no es soledad
Este equilibrio no puede lograrse solo: a lo largo de la maternidad es importante sentirse rodeado de relaciones buenas y positivas. En primer lugar, con la pareja, con la que es bueno hablar a tiempo de lo que podrá, querrá y será capaz de hacer en su papel de padre.
La colaboración en el cuidado de un recién nacido no se puede improvisar, hay que prepararla -aunque la realidad sea siempre un poco diferente de lo que habíamos imaginado-, teniendo en cuenta de forma realista las características de «ese» papá, su horario de trabajo, su situación.
Elige bien tu círculo cercano
Las buenas relaciones también son relaciones seleccionadas. Puesto que el imaginario colectivo predice que una mujer embarazada es un poco «voluble» -los «antojos» están permitidos en casi todas las culturas-, permítete ser «voluble» también en lo que respecta a las personas, cualquiera, en definitiva, que interfiera en la búsqueda de tu equilibrio entre la preocupación legítima y la confianza en los poderosos recursos que la naturaleza pone a disposición de las mujeres en el camino de la maternidad, debe ser amablemente mantenido a distancia.
Selecciona a los verdaderos amigos, los que te hacen reír y no te obligan a pensar en ti mismo sólo como una máquina de reproducción que hay que mantener en perfecto estado de funcionamiento.
Elige a las personas que te acompañarán hasta el parto y más allá -la comadrona o el ginecólogo en los que sientas que puedes confiar- y con esas personas sé honesta y sincera, expresa tus miedos y dudas sin temor a que te juzguen tonta o apocada.
Construye con antelación una red de apoyo que esté dispuesta a acompañarte desde el momento en que vuelvas a casa con tu hijo recién nacido hasta que sientas que tienes la situación «bajo control»: cuanto mejor sea la ayuda en las primeras semanas, más fácil será adquirir una buena rutina, con ritmos adaptados a las características de tu hijo y a tus propias necesidades de sueño, descanso y también de recreo y alivio de las tareas de cuidado.
Así se evita el riesgo de que la «preocupación materna primaria» -que el psicólogo Donald Winnicott denominó «enfermedad fisiológica», es decir, una condición anormal pero necesaria, siempre que sea de corta duración y se viva con equilibrio- se convierta en una condición estable que comprometa la salud y el bienestar psíquico de la madre y, en consecuencia, los del niño.
No somos «supermadres»
A la imagen de la «supermamá» heroica, que lo supera y lo soporta todo por su bebé, podríamos intentar contraponer la de la madre de algunas culturas orientales, a la que se le deben los mismos cuidados durante al menos cuarenta días que se reservan a un niño recién nacido: los familiares y amigos se ocupan de ella, la miman, la colman de atenciones e incluso de pequeños regalos, se ocupan de las necesidades del niño, compartiéndolas gradualmente con la madre.
Parece que en esas culturas la tristeza del bebé, por no hablar de la depresión postnatal, es desconocida.
Aunque no podamos transportar otras tradiciones y otras culturas al mundo en que vivimos, podemos, sin embargo, abrazar su significado: una madre tranquila, no estresada, no agotada, es una madre mejor. Esto cambia un poco la perspectiva: la preocupada pregunta «¿Seré una buena madre?» puede convertirse en «¿Cómo puedo conseguir ayuda para ser una madre serena y no agotada?».
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