¿Alguna vez has sentido que llevas una carga invisible que afecta cada aspecto de tu vida, desde tus relaciones hasta tu salud física? Tal vez tengas emociones enquistadas, esas que permanecen reprimidas y no resueltas en lo más profundo de nosotros, y que pueden influir silenciosamente en nuestro bienestar general.
Estos sentimientos no procesados, como el miedo, la tristeza y el enojo, pueden convertirse en verdaderos lastres emocionales.
Al igual que del iceberg sólo vemos la punta, lo que mostramos al mundo es apenas una fracción de lo que realmente sentimos.
En este artículo, explicaremos qué son las emociones enquistadas, cómo estas emociones ocultas pueden originarse, y cómo puedes empezar a liberarte de ellas para vivir una vida más plena y saludable.
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Qué son las emociones reprimidas o atrapadas
“Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior” – Frida Kahlo.
Para poder entender lo que son las emociones atrapadas, es importante recordar que todas las emociones que sentimos son adaptativas, y nos dan información respecto a cómo nos afecta las distintas situaciones o estímulos del entorno.
Así, las emociones son reacciones que produce nuestro cuerpo y nuestra mente para indicarnos un mensaje, y provocan una serie de cambios a nivel fisiológico y psicológico para impulsarnos o movilizarnos a enfrentar aquello que nos las despiertan.
Lo que desencadena estas reacciones pueden ser situaciones del momento, pero también situaciones pasadas, es decir, nuestros propios pensamientos y recuerdos también nos pueden generar ciertas emociones.
Podemos imaginar que nuestras emociones son como los pilotos de avisos de los coches, que se encienden y producen una respuesta de alerta para indicarnos que algo no anda bien en el vehículo. Por ejemplo, cuando empezamos a conducir y suena el pitido constante de que no nos hemos puesto el cinturón de seguridad.
Cuando nos salta la alerta, normalmente nos llama la atención, y puede resultar molesta, pero nos apresuramos a abrocharnos para que se apague, y con ello, estar más seguros.
¡Ojalá los mensajes de nuestras emociones fueran tan fáciles de entender!
Las emociones nos acompañan diariamente en los distintos retos y obstáculos que nos plantea la vida. Venimos equipados con todo un complejo entramado fisiológico para sentir y reaccionar ante factores externos, pero no se nos da tan bien entender qué nos quieren decir las señales que nos mandan.
Tanto es así, que a veces pueden quedarse “enquistadas”, como si esperaran latentemente a que nos demos cuenta de su presencia y nos pongamos en marcha para afrontarlas.
Por qué se pueden enquistar los sentimientos
Aunque ahora sabemos que todas las emociones son adaptativas, no es fácil sentirlas, e incluso algunas tienen mejor “fama” que otras en nuestra sociedad. Así, ante alguna situación o recuerdo, tendremos una emoción primaria, que es la que nos indica el mensaje o la necesidad que se nos despierta al interaccionar con el entorno; sin embargo, si esa emoción es “prohibida”, es decir, que no se permite ser sentida o expresada, y se suprime, puede que su función se quede sin resolver. En su lugar puede aparecer otra emoción “parásita”, es decir, otra emoción más aceptada o validada que aparece desproporcionada a la situación desencadenante, y se expresa y experimenta más que la primaria.
Las emociones prohibidas son aquellas que por la experiencia con otros aprendemos que no son “válidas”, bien porque no nos acogieron cuando las sentimos o que incluso cuando expresarlas puede conllevar que los demás se alejen de nosotros o nos rechacen.
Así, no hay emociones prohibidas universales, sino que cada uno tendrá las suyas propias según su historia de vida y sus aprendizajes, pero también según la cultura y contexto más amplio.
Pongamos un ejemplo: podemos sentir una tristeza desmesurada o una gran decepción cuando alguien nos hace daño o no nos respeta, pero tal vez la emoción primaria o prohibida sea el enfado, que ha sido suprimido, quizá porque socialmente tiene muy mala fama por ser considerada una emoción “explosiva” que puede dañar a otros, al estar asociada a la agresividad.
Otra razón por la que una emoción puede quedarse “enquistada” es porque se han utilizado estrategias de regulación emocional desadaptativas al aparecer, como la evitación, la negación o la supresión emocional.
Regular las emociones no es fácil, y mucho menos cuando no se tienen las habilidades o los recursos necesarios para acogerlas.
De esta forma, puede que haya situaciones o desencadenantes que sobrepasen nuestras capacidades de afrontamiento y nuestros recursos, y que las reacciones emocionales que han provocado no se hayan podido identificar o procesar adecuadamente.
Cuando esto ocurre, puede que posteriormente nuestro cuerpo somatice dichas reacciones, es decir, las exprese en forma de síntomas físicos. Te animamos a ver nuestros anteriores post donde este tema se desarrolla más en profundidad.
Realmente las emociones no se “enquistan” físicamente en ningún lado en específico, sino que quedan asociadas a estímulos externos (personas, lugares, situaciones) e internos (pensamientos, sensaciones, sentimientos) en nuestro cerebro, y cuando nos encontramos en situaciones parecidas (o hay pensamientos automáticos relacionados), vuelven a expresarse en forma de síntomas en el cuerpo.
Qué hacer si noto que tengo emociones enquistadas
La querida Frida Kahlo sabía bien de qué hablaba cuando dijo esta frase, y es que su vida estuvo llena de altibajos emocionales, de alegrías y desengaños, especialmente en su matrimonio.
Ella encontró una manera de darle salida a esas emociones para que no se le enquistaran, y lo hizo a través de la pintura.
Con ella, expresaba cómo impactaban en ella distintas experiencias vitales tremendamente desagradables, como descubrir la traición de su hermana y su marido, las diversas operaciones por su estado de salud o los abortos de riesgo y la frustración de su deseo profundo de ser madre.
Quizá no tengamos esa capacidad artística que tiene Frida Kahlo para sacar lo que nos mueve por dentro, pero sí podemos aprender de ella la importancia de que no suprimamos lo que sentimos y lo que nos molesta.
Estas son algunas de las cosas que podemos hacer para relacionarnos mejor con nuestras emociones:
- Tomar consciencia de ellas: podemos empezar con preguntas más generales, por ver cómo estamos, y poco a poco ir entrando en contacto con nuestro cuerpo, permitirnos sentirlas. Podemos plantearnos qué pasaría, qué diría o haría, si no hubiera ningún condicionante que me impidiera expresar lo que siento dentro.
- Escribir una carta: la escritura es una de las maneras más efectivas de conectar con uno mismo, ya que tenemos que concretar en palabras qué ocurre dentro nuestra. Escribirle una carta a nuestra emoción o a la situación que la desencadenó nos permitirá verla de frente y poder reflexionar sobre ella, en vez de intentar esquivarla continuamente.
- Ejercicio: ya sea mediante movimientos lentos, con ejercicio para descargar o técnicas de relajación, el movimiento del cuerpo nos permitirá acercarnos a sus sensaciones y poder procesarlas a través de él. Requiere de entrenamiento, pero con un poco de práctica irás sintiendo los beneficios.
- Meditar: no se trata de dejar la mente en blanco, sino de tomar una actitud de aceptación y no juicio y permitir un espacio para observarnos desde dentro. Esto también puede resultar difícil al principio, por eso es mejor tener paciencia en el proceso.
- Acudir a un profesional: la terapia permite un espacio seguro y sin juicio donde poder hablar de aquello que nos ha dolido o que nos molesta, y así poder permitir que esas emociones “prohibidas” sean vistas y reconocidas. Tener la guía de un profesional es reconfortante y te ayudará a aprender maneras más adaptativas de gestionar tus emociones.
Esperamos que este post te haya sido de utilidad. Desde la clínica Psicología Maria Palau, trabajamos con la terapia cognitivo conductual para aprender a conocer, identificar y gestionar las emociones y estaremos encantadas de acompañarte en el proceso.