Ser padres es una de las experiencias con mayores retos y desafíos que podemos llegar a experimentar. Supone ser testigos y partícipes del desarrollo de una persona desde su nacimiento y durante todo su crecimiento.
Si bien hay muchos momentos satisfactorios, la responsabilidad que nos exige puede ser a veces abrumadora, hasta el punto de llevarnos a sufrir de más por cosas que no han pasado o que no nos afectan directamente.
Hay personas que describen a sus hijos como si fueran parte de sí mismos, y esta estrecha relación les puede llevar a experimentar emociones desagradables frente a las problemáticas a las que se enfrenten los hijos, a verse implicados e involucrados.
Como padres, es fácil caer en la empatía excesiva y esto también puede llevar al sufrimiento. Hoy hablaremos de algunas ideas a tener en cuenta para dejar de preocuparse por cómo están nuestros hijos cuando ya son adultos, y de algunas estrategias que pueden ayudar a disminuir el malestar asociado.
Ideas para no preocuparse:
“El control sobre los hijos va variando con el tiempo.”
La crianza de los hijos no es fácil. Podemos tener la sensación de que tenemos mucho control en su desarrollo y crecimiento, y si bien esto puede ser cierto en edades tempranas, ese control va disminuyendo a favor de la propia autonomía de la persona.
Cuando somos pequeños, somos dependientes de nuestros cuidadores, y ellos son los que deben proporcionarnos lo necesario para cubrir nuestras necesidades básicas y relacionales: alimento, descanso, estimulación ambiental, cariño, regulación emocional, intimidad, amor…
Se podría decir que, en un primer momento, nosotros ocupamos un lugar principal en la vida de nuestros hijos, somos sus modelos y referentes de lo que pueden esperar del mundo y de los demás, y como tal, nuestros comportamientos y actitudes con ellos van diseñando su propia forma de ser.
“No somos los únicos factores influyentes: la adolescencia.”
No obstante, a medida que van creciendo y van conociendo a otras personas en su proceso, van adquiriendo nuevas ideas del mundo, de los demás y de sí mismos, de manera que no somos los únicos factores influyentes en su desarrollo.
A medida que los hijos crecen, van reclamando su propio espacio y su propia identidad, lo que los psicólogos llamamos “proceso de individuación”.
Esto suele pasar sobre todo en la adolescencia, cuando nuestros hijos van tomando más decisiones por su cuenta y explorando qué aspectos de los que han aprendido durante la infancia les son útiles o cuáles no.
También van adquiriendo conocimiento nuevo según estas experiencias, y con ello, van completando su propia “filosofía de vida”: sus creencias, sus anhelos, sus deseos.
Durante esta etapa, los padres van perdiendo capacidad de control, y la realidad es que es un punto de inflexión para su independencia, que sólo irá en aumento a partir de entonces.
Aceptar que nuestros hijos nos van a ir necesitando cada vez menos es una idea difícil de asumir, teniendo en cuenta que a veces su admiración también nos hacía sentir bien con nosotros mismos.
A medida que van descubriendo sus propias maneras, vamos quedando en segundo plano (y en la adolescencia, a veces incluso se produce un rechazo de todo lo que tenga que ver con los padres).
Si bien esto nos puede dar la sensación de que se están distanciando, es un proceso natural por el que todos debemos pasar para luego integrar bien quiénes somos y qué queremos más allá de la educación recibida.
“La crianza tiene mucho más de confiar que de controlar.”
Sea como sea, el proceso de crecimiento de un niño es como el cuidado de una planta. Hay ciertos factores que podemos controlar, pero hay muchos otros que no. Podemos controlar regarla y darle los mejores nutrientes, pero la planta crecerá también en función de su interacción con el clima o de las características que tenga la semilla.
A medida que la planta va creciendo, vamos confiando en que lo que le vamos dando es suficiente para ella, pero que no podemos controlar del todo que finalmente se acabe secando.
Si aplicamos esta metáfora a la relación con nuestros hijos adultos, la realidad es que debemos confiar en que todo lo que hemos hecho en su proceso de crianza será suficiente para que puedan enfrentarse a las situaciones de la vida cotidiana, o que si no saben cómo hacerlo, buscarán la manera de encontrar soluciones.
El papel de los padres no es proporcionar seguridad eternamente, sino las habilidades y la intimidad suficiente como para que sepan que podrán contar con ellos cuando los necesiten.
Es por ello que, cuando los hijos se hacen adultos, debemos confiar en sus habilidades y capacidades de afrontamiento, porque en ellas hay una parte importante de la educación inculcada y de los valores recibidos por parte de los padres, ya sea de manera verbal o no verbal.
Qué puedo hacer para no preocuparme por mis hijos adultos
Partiendo de las ideas previas, veamos qué estrategias concretas puedes seguir para no preocuparte por que les vaya bien.
- Aceptar que necesitan fallar para crecer y tomar sus propias decisiones: probablemente una de las cosas más difíciles si estás preocupándote en exceso. Quizás debas revisar qué piensas de los errores o cuánto toleras el malestar del otro. Solemos tener una imagen negativa de las emociones desagradables como la frustración o la tristeza, pero debemos tener en cuenta que son emociones que ayudan a integrar qué ha fallado y nos movilizan a adaptarnos para superar esa situación. Recuerda que todos nos formamos a base de vivir experiencias, y entre ellas, es importante experimentar también los errores y la incertidumbre de la toma de decisiones. Trata de cambiar tu perspectiva sobre ellos, los errores suelen ser los mayores maestros.
- Enfocarte en el presente y en otras áreas de tu vida: cuando los hijos nacen, se convierten en nuestra prioridad y solemos dejar otros aspectos de nuestra identidad completamente sepultados. Cuando los hijos se hacen adultos, es normal sentir ese vacío, y la preocupación no es más que el intento de seguir enganchados al control de que el mayor proyecto de nuestra vida salga bien. Sin embargo, no tenemos control real sobre él, y por ello, lo mejor para preocuparnos es poner nuestro foco en otras áreas de nuestra vida que nos traigan satisfacción. Quizá sea el momento de retomar viejos hábitos y actividades que anteriormente nos daban placer y nos llenaban. Nuestros hijos eran el árbol principal de nuestro jardín, pero podemos regar también otras plantas de alrededor.
- Ser base segura pero no sobreprotectora: la interdependencia es encontrar el equilibrio entre la autonomía que tienen los hijos (que ya son adultos con sus propias responsabilidades y decisiones), y la dependencia que nos une como seres humanos. Es por ello que debemos procurar enseñarles que estamos disponibles si nos necesitan, pero no pendientes continuamente. Esto les ayudará a confiar en su propias capacidades de afrontamiento y de pedir ayuda si lo requieren. Y si acuden a ti, trata de escucharles más que de hablar y darles consejos. Esto contribuirá a mantener esa autonomía, y permitirá que te involucres menos en solucionar problemas.
- Compartir preocupaciones con otros padres: ser padres es una experiencia compartida, a pesar de que los hijos puedan ser diferentes. Buscar el apoyo de otras personas que puedan estar pasando por lo mismo puede ayudarte a desahogarte y descargar la tensión que supone estar preocupados por ellos constantemente, calmar tus preocupaciones, compartir maneras de lidiar con ello e incluso bajar tus expectativas respecto a lo que debes o no hacer. Compartir siempre nos ayuda a abrir perspectivas, y con ello, a relativizar y manejar mejor los escenarios catastróficos que se nos ocurren. Puedes acudir a amigos o familiares que también sean padres o acudir a alguna escuela de padres para buscar este apoyo.
Esperamos que este artículo te haya dado ideas para tratar de enfocar ese sufrimiento desde otro punto de vista. Si aún así notas que te está costando especialmente, en Psicología Maria Palau estaremos encantadas de poder acompañarte.